Esta semana nuestra Venezuela volvió a ser noticia por el lugar vergonzoso y preocupante donde aparecemos en el informe de Perspectivas de Cosechas y Situación Alimentaria, publicado por la misma Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que Nicolás Maduro y sus saqueadores decían haber reconocido los miserables alcances de su “revolución” de mentira.

¡Tantas veces que le cayeron a coba a la gente desde Miraflores, diciendo que la FAO los había premiado por luchar contra el hambre, cuando en verdad sólo estaban maquillando cifras!

Según los datos de este informe serio y avalado, porque no se conforma con las cifras «oficiales» sino que hacen contraste y previenen las crisis, la hiperinflación y la caída de la producción agrícola afectó de manera irreversible el acceso a la comida de las familias venezolanas.

Hoy no somos más que uno de los cuarenta y un países que necesitan ayuda alimentaria externa. Y presten atención a los términos, porque ya no se trata sólo de importación: estamos hablando de ayuda alimentaria venida de otros países, porque el hambre terminó convirtiéndose en una realidad nacional.

Si quieren saber cuál es el tipo de países que compone esta lista certificada por la FAO, puedo decirles que ahí también están Afganistán, Congo, Corea del Norte, Haití, Irak, Libia, Madagascar, Nigeria, Pakistán, Somalia, Sudán del Sur, Sudán, Siria, Uganda, Yemen y Zimbabwe. Sólo Haití y Venezuela son los países del continente americano que están en esta deplorable situación. Ni siquiera Bahamas, tras el huracán, ni países como El Salvador, Honduras o Nicaragua, afectados durante años por la violencia, están en esta lista.

Venezuela sí. Nosotros sí.

Salvo las condiciones meteorológicas adversas en África; los conflictos bélicos y los regímenes totalitarios son la causa principal de estos elevados niveles de inseguridad alimentaria, porque afectan gravemente la disponibilidad y el acceso a los alimentos de millones de personas.

Así que, además de lo que el Informe Bachelet ya le hizo saber al mundo, ya a nadie le debería quedar duda de que las políticas públicas de los años de Nicolás Maduro y sus saqueadores tienen las mismas consecuencias que una tragedia natural y que las peores dictaduras del mundo. Y basta con ver la lista de países para dar con buena parte del cada vez más pequeño club de amigotes totalitarios que tiene el usurpador.

¡Y todas las dictaduras mienten!

¿Ustedes recuerdan que en 2015 el aparato de propaganda pretendió hacerle creer al mundo que la FAO había premiado al régimen porque estaba «luchando» contra el hambre? Pues ese mismo año, el Observatorio Venezolano de la Salud, junto a la Fundación Bengoa y el Centro de Investigaciones Agroalimentarias, publicaron un informe dirigido al Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas, con la intención de servir como fuente alternativa de datos, versus las cifras maquilladas que mandó el Estado venezolano.

Todos y cada uno de aquellos datos que había mandado el régimen eran cuestionables. Y eso que todavía la diáspora no había afectado el aparato productivo nacional, de modo que ahora (a diferencia de lo que pasó en 2015) la FAO ahora también alertó que los más de cuatro millones de migrantes que han salido de Venezuela a países de la región tienen necesidades humanitarias “significativas”.

Un dato más: este estudio que hace la FAO es trimestral. Y ellos afirman que la lista de países no ha variado en los últimos seis meses. Es decir: llevamos rato apareciendo en las Perspectivas de Cosechas y Situación Alimentaria. Y Maduro y sus cómplices callados y haciéndose los locos, con sus cadenas comiendo empanadas a escondidas y sus cenas con chefs mediáticos alrededor del mundo.

En Venezuela ya estamos teniendo las consecuencias fatales de cualquier escenario bélico, pero esto no se trata de una guerra. Sobre todo porque en una guerra hay dos ejércitos enfrentándose y aquí no hay dos ejércitos enfrentándose, sino una camarilla de hampones matando de hambre a quienes menos tienen.

Esto que estamos viviendo en Venezuela no es una guerra: es una masacre. Y el único culpable es ese que tiene la desfachatez de seguir engordando delante de los ojos de un pueblo que no tiene cómo comer, exhibiendo armas con una tropa de soldados desnutridos, amenazados por superiores que siguen negociando con el hambre de sus familias.

La magnitud de nuestra crisis es tal que a esa lista de la FAO se le suma Unicef que ha publicado que en Venezuela un millón de niños están fuera del sistema escolar y, quizás uno de los síntomas más claros de la crisis, es que nuestro país será un tema central de la Asamblea General de la ONU, porque ya somos un tema que preocupa a la región entera, al continente entero, al planeta entero. Y ningún país quiere ser el tema central de la discusión política mundial cuando las razones son el hambre, la diáspora, la pobreza, todo este dolor.

Es doloroso leer que cada venezolano en situación de pobreza ha perdido trece kilos. ¡Trece kilos de hambre puestos en el cuerpo y trece kilos de vida robados por un gobierno indolente!

Y mientras el resto de países latinoamericanos celebra que las cosechas de cereales se anuncian abundantes y provechosas, el rico y fértil suelo de Venezuela ha sido secuestrado y expropiado por una manada de inútiles que ni siquiera fue capaz de mantener el parapeto de seguir produciendo y robarse la plata, sino que secaron hasta los pozos petroleros que sostenían los subsidios a sus farsas de fábricas tomadas y cualquier otra cantidad de pendejadas demagógicas y corruptas.

Ver a Venezuela en esta lista de 41 países debería movernos a una sacudida colectiva, severa y crítica de dos décadas de unos indolentes que están decididos a matar de hambre a quien sea necesario, con tal y no soltar el Poder.

Quizás para muchos se haya normalizado asumir que casi toda la comida que puede comprar una familia trabajadora en Venezuela sea importada. En especial para los jóvenes. Y el aparato de propaganda de la dictadura se ha encargado de estimular esos olvidos, pero pregunten en sus familias y recordarán que en este país teníamos una producción capaz de cubrir nuestro mercado y hasta exportar los productos.

Ese país sigue ahí. No se trata de nostalgia ni mucho menos, pero sí de entender que esa tierra sigue ahí, generosa y dispuesta. Tanto como cuando, antes del petróleo, nuestro país pudo crecer gracias a ella.

Si somos capaces de entender, con determinación política, que esa tierra y ese talento siguen ahí, dispuestos a producir, tendremos un asidero más. Primero porque eso nos llevará a entender que somos más que un país donde un grupito de mafiosos decidieron hacer dinero, llevándose todo por el medio. Y segundo, que sabremos ver que ese mercado internacional sigue ahí, esperando que vuelva a salir de nuestros puertos todo cuanto nuestra tierra está dispuesta a dar.

Siendo responsables, esta ayuda alimentaria externa que ahora requerimos debe conseguir en nosotros la fuerza necesaria para reconocer que está en nuestras manos que nunca más vuelva a repetirse una circunstancia como esta, en la que haya niños con hambre y descalzos sobre la tierra más fértil y más rica del planeta.

Un cambio político es un clamor para que esto sea posible, es verdad, pero también será necesario que culturalmente entendamos que las cosas cambiaron en el mundo, que la riqueza que tenemos a disposición es nuestra esperanza real, pero que serán necesarios planes serios y mucho trabajo para sacarlos adelante.

Seremos los responsables de hacerlo viable y posible porque Dios nos ha bendecido con esta tierra. La misma tierra que hoy merece que nos pongamos a la altura política del reto. ¡Persistir en nuestro sueño hasta alcanzarlo!

¡Qué Dios bendiga a nuestra Patria, Venezuela!

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